Nada más lejos de la realidad que el supuesto antagonismo entre el pensamiento liberal y la ética cristiana. Y nadie más interesado en divulgarlo que los enemigos de la libertad y de la responsabilidad.
Del mismo modo que nada se opone entre la doctrina social de la Iglesia y los principios en que se basa el liberalismo político económico ya que, una y otros, anhelan, precisamente, la esperanza del mayor bienestar para los pueblos y la mayor dignidad para las personas.
No obstante, antes de continuar, es necesario advertir que el Magisterio de la Iglesia se vio obligado a tomar posiciones frente a la herejía modernista y las condenas de los Papas Gregorio XVI en "Mirari vos" y Pío IX en "Quanta cura", así como Pío X en "Pascendi", lo son contra los errores dogmáticos y morales del liberalismo filosófico, basado en una supuesta autonomía del hombre ante Dios y ante la ley moral objetiva. Y no contra el liberalismo económico.
Pablo VI en la Encíclica "Octogesima adveniens" lo dice con claridad: "en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, en el ejercicio de su libertad".
Lo que nada tiene que ver con el liberalismo económico de Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina, Juan de Mariana, Martín de Azpilcueta, Francisco Suárez, Diego de Covarrubias . . . etc, en los siglos XVI y XVII, los denominados escolásticos de la Escuela de Salamanca.
Y tampoco nada tiene que ver con el liberalismo político de Locke que, a finales del mismo siglo XVII, aparece como el precursor de la democracia liberal, la defensa de las libertades individuales y del Estado de Derecho; como tampoco tiene nada que ver con el liberalismo económico de Adam Smith quien, en su "Teoría de los sentimientos morales" y en "La riqueza de las naciones", buscando la causa de esta riqueza, elaboró la teoría del interés propio racional que supera la preocupación exclusiva por uno mismo y nada tiene que ver con los vicios del egoísmo, la avidez y la codicia.
Es por ello que los liberales católicos decimos que, la economía de libre mercado o capitalismo, como más guste, es el sistema de organización social que antes y mejor concurre al bien común sin contradecir ningún postulado de la doctrina católica. Y que, por tanto, se trata de una opción que, todo católico, en el ejercicio de su libertad puede elegir.
No se puede decir lo mismo del socialismo y del error atropológico que soporta. Juan Pablo II, en su Encíclica "Centesimus annus", dice: ". . . el socialismo considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien pueda ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión".