miércoles, 23 de octubre de 2013

El TEDH, la venganza y la justicia.

El famoso, y nunca bien ponderado, código babilonio de Hammurabi es uno de los primeros compendios legislativos de la historia. El ojo por ojo y diente por diente trata de poner orden en la inacabable espiral de venganza en la que se veían envueltos víctimas y victimarios.
 Mediante un "pacto social", en palabras de Rousseau, el hombre en sociedad cede a una instancia superior legitimada el "Ius Puniendi" como forma de control frente a la razón de la fuerza.
Nuestro Cid Campeador "descarta la venganza, sustituyéndola por una reparación legal, fallada juridídicamente en la corte del rey" según recoge Menéndez Pidal. Al héroe no le guía la pasión de la venganza por la afrenta recibida en Corpes sino que se acoge a la justicia real.

 Nosotros descansamos en el Poder Punitivo del Estado que constituye la potestad constitucionalmente legitimada de crear leyes e instituciones represivas que garanticen la protección de los derechos y bienes más importantes de nuestra Nación y de cada uno de sus ciudadanos. El individuo abandona la reparación, por cuenta propia, del daño que le han causado a cambio de una justicia que garantize un mejor resultado que la mera represalia particular, que más que compensar convertiría la vida en sociedad en una peligrosa selva.

 Pero ¿qué es lo que pasa cuando el agraviado no ve colmada su sed de justicia? ¿Qué sucede cuando se retuerce la ley en aras de una negociación política?
La sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos supone una estación más del calvario al que son sometidas las víctima de ETA. Si volvemos la vista no muy atrás veremos como los asesinos han sido arropados por sus amigos mientras que las víctimas han estado mucho menos acompañadas. Algunas han tenido que sufrir la indiferencia cuando no el escarnio de los que se sienten más cómodos con los que ponen las pistolas que con los que ponen la cabezas receptoras de sus balas.

Aguantamos a sus representantes en nuestras instituciones democráticas. En esas instituciones por las que han muerto o han quedado mutilados ciudadanos españoles; precisamente por eso: por ser españoles. Víctimas que tienen nombre y apellidos que son los suyos pero que podían haber sido los tuyos o los míos. Porque no han sido objetivo de la metralla o de las balas por llamarse de una forma determinada sino porque el objetivo de los asesinos es generar el terror necesario para que esas instituciones se tambaleen y hagan realidad su traidor sueño separatista.

 En Atenas honraban a sus ciudadanos muertos a manos de los enemigos de la polis.
Tucídides pone en boca de Pericles, en su Historia de la Guerra del Peloponeso, una oración fúnebre que no podemos pretender en España porque no tenemos un Pericles, ni tan siquiera tenemos un Alcibíades. Nuestras víctimas han derramado su sangre y no solo no les hemos procurado una oración fúnebre sino que hemos mirado para otro lado y hemos permitido que el TEDH los escupa en la cara siguiendo los consejos de López Guerra y la voz de su amo ZP.

 No buscaron venganza porque creyeron en la justicia y confiaron en las bonitas palabras: abandonaos en manos del Estado de Derecho que ejercerá su capacidad punitiva sobre los transgresores que tendrán que soportar todo el peso de la Ley.
Pero no leyeron la letra pequeña: siempre y cuando no se entre en contraposición con la oportunidad política y con la estulticia patogena de la cobarde casta que nos conduce por la cañada hacia los verdes pastos y, una vez llegada la tarde, de nuevo al corral.

 En la antigüedad griega llamaban idiota al que no participaba en los asuntos públicos obsesionado por sus pequeñeces particulares y que resultaba, a fin de cuentas, manipulado por todos. En la modernidad española hay mucho idiota, sin memoria sin dignidad y sin conocer la virtud de la justicia . . . y un Presidente que la otra tarde vió llover.

 P.D.: Si te has quedado con mal sabor de boca, amable lector, pincha el siguiente enlace
http://lacomunidadelvino.blogspot.com.es/2011/10/por-mis-cojones.html