miércoles, 31 de marzo de 2010

Clima artificial de pánico moral

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Escrito por Rafael Navarro-Valls. Catedrático de la UCM y Académico numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación

Un tribunal de la Haya decidió en julio de 2006 que el partido pedófilo Diversidad, Libertad y Amor Fraternal (PNVD, siglas holandesas), “no puede ser prohibido, ya que tiene el mismo derecho a existir que cualquier otra formación”. Los objetivos de este partido político eran: reducir la edad de consentimiento (12 años) para mantener relaciones sexuales, legalizar la pornografía infantil, respaldar la emisión de porno duro en horario diurno de televisión y autorizar la zoofilia. El partido acaba de disolverse esta misma semana. Al parecer, ha contribuido decisivamente la “dura campaña” lanzada desde todos los frentes, internet incluido, por el sacerdote católico F.Di Noto, implacable en la lucha contra la pedofilia.

Esta buena noticia - cuyo protagonista es un sacerdote católico- coincide con otra mala, protagonizada también por sacerdotes de esta confesión. Me refiero a la tempestad mediática desatada por abusos sexuales de algunos clérigos sobre menores de edad. Estos son los datos: 3.000 casos de sacerdotes diocesanos involucrados en delitos cometidos en los últimos cincuenta años, aunque no todos declarados culpables por sentencia condenatoria. Según Charles J. Sicluna – algo así como el fiscal general del organismo de la Santa Sede encargado de estos delitos- : “el 60% de estos casos son de ‘efebofilia’, o sea de atracción sexual por adolescentes del mismo sexo; el 30% son de relaciones heterosexuales, y el 10%, de actos de pederastia verdadera y propia, esto es, por atracción sexual hacia niños impúberes. Estos últimos, son unos trescientos. Son siempre demasiados, pero hay que reconocer que el fenómeno no está tan difundido como se dice”.

Efectivamente, si se tiene en cuenta que hoy existen unos 500.000 sacerdotes diocesanos y religiosos, esos datos –sin dejar de ser tristes, - suponen un tanto por ciento no superior al 0.6%. El trabajo científico más sólido que conozco de autor no católico es el del profesor Philip Jenkins, Pedophiles and Priest, Anatomy of a Contemporary Crisis (Oxford University Press). Su tesis es que la proporción de clérigos con problemas de desorden sexual es menor en la Iglesia Católica que en otras confesiones. Y, sobre todo, mucho menor que en otros modelos institucionales de convivencia organizada. Si en la Iglesia Católica pueden ahora resaltar más - y antes- es por la centralización eclesiástica de Roma, que permite recoger información, contabilizar y conocer los problemas con más inmediatez que en otras instituciones y organizaciones, confesionales o no. Hay dos ejemplos recientes que confirman los análisis de Jenkins. Los datos que acaban de facilitar las autoridades austriacas indican que, en un mismo período de tiempo, los casos de abusos sexuales señalados en instituciones vinculadas a la Iglesia han sido 17, mientras que en otros ambientes eran 510. Según un informe publicado por Luigi Accatoli (un clásico del Corriere della Sera), de los 210.000 casos de abusos sexuales registrados en Alemania desde 1995, solamente 94 corresponden a personas e instituciones de la Iglesia católica. Eso supone un 0,045%.

Me da la impresión de que se está generando un clima artificial de “pánico moral”, al que no es ajeno cierta pandemia mediática o literaria centrada en las “desviaciones sexuales del clero”, convertidas en una suerte de pantano moral.

Nada nuevo, por otra parte, pero que ahora alcanza cotas desproporcionadas, al conocerse hace unos días los casos ocurridos en Alemania, Austria y Holanda. La campaña recuerda las leyendas negras sobre el tema en la Europa Medieval, la Inglaterra de los Tudor, la Francia revolucionaria o la Alemania nacional-socialista.

Coincido con Jenkins cuando observa: “el poder propagandístico permanente de la cuestión pedófila fue uno de los medios de propaganda y acoso utilizados por los políticos, en su intento de romper el poder de la Iglesia católica alemana, especialmente en el ámbito de la educación y servicios sociales”. (Himmler charged that "not one crime is lacking from perjury through incest to sexual murder," offering the sinister comment that no one really knows what is going on "behind the walls of monasteries and in the ranks of the Roman brotherhood.") Esta idea es ilustrativa, si se piensa en aquel comentario de Himmler: “nadie sabe muy bien lo que ocurre tras los muros de los monasterios y en las filas de la comunidad de Roma…" Hoy también se mezcla la información de datos y hechos con insinuaciones y equívocos provocados. Al final, la impresión es que la única culpable de esa triste situación es la Iglesia católica y su moral sexual.

sábado, 6 de marzo de 2010

La madre de todas las crisis

Esparta no estaba fortificada, no tenía muralla; Esparta no tenía ejército porque era un ejército.
El monte Taigeto venía haciendo las veces de nuestras clínicas abortivas. Cuando la mujer espartana daba a luz un hijo débil o con alguna malformación el bebé era expuesto, abandonado a su suerte, que solía ser la de servir de festín a los lobos. Una criatura así no podría mantener la posición, debilitaría la línea, no serviría a sus compañeros en el campo de batalla. La sociedad espartana no conocía la piedad, no había oído hablar de la caridad; las madres se desprendían con mucho dolor de sus criaturas por servir a su ciudad y a sus leyes; ora en el Taigeto, ora en la Agogé. Eso era un “todo por la patria”, no un “ande yo caliente y ríase la gente”.

España tampoco está fortificada; España no tiene ejército porque es una ONG. No tenemos Taigeto, ni siquiera peñón de Gibraltar, pero tenemos abortistas ideológicos y prácticos, tenemos empresarios de la sangre ajena que se forran con el dolor del no nacido y tenemos legisladores que consideran que “el feto es un ser vivo pero no un ser humano” (Bibiana “dixit”). Poco original, por otro lado, algo parecido preconizaba el NSADP de los judíos.
¿Qué lleva a una sociedad a deshacerse de los más débiles? En el caso de Esparta la obsesión por la seguridad y el rechazo del individuo frente a la polis. En nuestro caso el puro egoísmo, el “yo” por encima de todo y una crisis moral profunda, abismal.
La sociedad en que vivimos conoce la piedad y la caridad pero siempre que empiece por uno mismo. Las madres se desprenden del fruto de sus entrañas jaleadas por los palmeros del horror, por unos políticos que son lo mejor de cada casa y de cada empresa (¿de qué empresa?, preguntarán, si solo conozco el Partido).
Y encima solo nos va quedando Taigeto. Ni Agogé ni Paideía.