El monte Taigeto venía haciendo las veces de nuestras clínicas abortivas. Cuando la mujer espartana daba a luz un hijo débil o con alguna malformación el bebé era expuesto, abandonado a su suerte, que solía ser la de servir de festín a los lobos. Una criatura así no podría mantener la posición, debilitaría la línea, no serviría a sus compañeros en el campo de batalla. La sociedad espartana no conocía la piedad, no había oído hablar de la caridad; las madres se desprendían con mucho dolor de sus criaturas por servir a su ciudad y a sus leyes; ora en el Taigeto, ora en la Agogé. Eso era un “todo por la patria”, no un “ande yo caliente y ríase la gente”.
España tampoco está fortificada; España no tiene ejército porque es una ONG. No tenemos Taigeto, ni siquiera peñón de Gibraltar, pero tenemos abortistas ideológicos y prácticos, tenemos empresarios de la sangre ajena que se forran con el dolor del no nacido y tenemos legisladores que consideran que “el feto es un ser vivo pero no un ser humano” (Bibiana “dixit”). Poco original, por otro lado, algo parecido preconizaba el NSADP de los judíos.
¿Qué lleva a una sociedad a deshacerse de los más débiles? En el caso de Esparta la obsesión por la seguridad y el rechazo del individuo frente a la polis. En nuestro caso el puro egoísmo, el “yo” por encima de todo y una crisis moral profunda, abismal.
La sociedad en que vivimos conoce la piedad y la caridad pero siempre que empiece por uno mismo. Las madres se desprenden del fruto de sus entrañas jaleadas por los palmeros del horror, por unos políticos que son lo mejor de cada casa y de cada empresa (¿de qué empresa?, preguntarán, si solo conozco el Partido).
Y encima solo nos va quedando Taigeto. Ni Agogé ni Paideía.
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