Supongamos que un día me levanto y por mis cojones decido no pagar un duro más en concepto de devolución del préstamo hipotecario. Para no parecer un caradura puedo elaborar un discurso pseudo revolucionario sobre lo injusto que supone que el capital esté en manos de unos pocos y que la clase trabajadora tenga que sufrir los abusos constantes de los mercados financieros. Además yo hablo castellano y el Banco Pastor (que es mi opresor) a veces usa el gallego como lengua para dirigirse a mí: "Bos días Sr. Gilgado ¿vai todo ben hoxe?
Para más inri no estoy de acuerdo con que mi municipio sea Oleiros y pertenezca a la CC. AA. de Galicia. Yo quiero que sea Madrid porque llueve menos ¿vale?
Bien, ya tengo motivos de opresión, de conflicto lingüístico y de territorio.
El Banco después de llamarme veinte veces al día, enviarme veinte cartas y otros tantos correos electrónicos sin poder contactar conmigo decide, ocho meses después, pasar mi caso al departamento de morosos. Me llaman sus abogados y ni caso; me escriben e ídem de lienzo . . . ¡Los desespero! . . . Me meten en el juzgado y me embargan la vivienda. Mandan una orden de desahucio y llega el día señalado para abandonar el dulce hogar . . . dos años y medio después del inicio del conflicto.
En ese período de tiempo he logrado ahorrar, gracias al impago de intereses y amortización, cincuenta mil euros que invierto en un apartamento en el centro (lo hipoteco con otra entidad financiera y lo escrituro a nombre de mi madre) que alquilo a inmigrantes en plan "cama caliente". Lo que me reporta mil doscientos euros al mes.
Pues ahora viene lo bueno, o lo malo según la educación tradicional, al llegar la autoridad, el día del desahucio, le pego dos tiros al que llama a la puerta. Antes de que recojan el cadáver convoco a los medios de comunicación y salgo en los informativos de las tres de la tarde reivindicando justicia, libertad y bla, bla, bla.
Consigo simpatizantes inmediatamente entre algún periódico digital y alguna radio municipal. También en el facebook me aumenta el número de solicitudes de amistad (hay gente pa to).

Esta sociedad débil me favorece; las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado dudan, me da tiempo para excavar túneles debajo de mi vivienda unifamiliar, minar los accesos y blindar puertas y ventanas. Recibo suministros de algunos vecinos que también tienen conflicto con el puto banco. Entreno a mis hijos en el uso de armas automáticas y explosivos siguiendo un curso rápido por internet. Me convierto en Movimiento de Liberación de Hipotecados (MLH). Una noche salgo y pongo una bomba de fabricación casera en el juzgado que dictó el desahucio. Simpatizantes se manifiestan por las calles de la urbanización, queman contenedores, vuelcan coches y apedrean a la policía.
Empiezo a tener cola para admitir en el MLH a los coleguillas, que antes no lo eran, de mis hijos; los chavales cambia el botellón por el cóctel Molotov. Representantes del 15M se ponen en contacto conmigo brindándome su apoyo pero instándome a dejar las armas. Los mareo cuanto quiero, los impresiono con mi discurso victimista y de legítima defensa y varios perro flautas piden la admisión. Me quedo con los más aptos, que son los más radicales, y los entreno. Es increíble la facilidad que tiene la chusma para el lavado de cerebro, tragan con todo. Comienza mi divinización, mi voluntad es ley; me cargo a tres o cuatro de mi Estado Mayor que no me caen bien siguiendo las pautas estalinistas, los acuso de quinta columnistas y ejemplifico con el castigo: les doy matarile.
Inicio una campaña de atentados contra bancos y grandes empresas. Algunos me pagan para que les deje tranquilos. Otros me pagan para que no deje tranquilos a su competencia. Es mucho mejor de cómo había imaginado al principio.
Tengo intelectuales que justifican mi discurso, también tengo algunos que justifican mi violencia. Un catedrático de sociología se reúne conmigo, queda abducido y consigue simpatías entre algunos colegas. Los periodistas se apuntan a un bombardeo por una primicia. Cada poco salgo en medios de comunicación extranjeros. Se ponen en contacto otras organizaciones terroristas: El Grupo Bolchevique anti Alopecia, la Liga Revolucionaria Surfista, Al Cachofa, la Armada la Parda . . . y otros de menor importancia.

Treinta años después me retiro. Vivo entre Cuba y Venezuela relajado y disfrutando de la naturaleza. Mis hijos están al frente de la organización. Fundamentalmente nos dedicamos a la extorsión y nos va muy bien.
Un día llega a la presidencia del gobierno Rodríguez Barrendero, un inútil bobalicón con ideas peregrinas. Nos tiende la mano porque quiere pasar a la historia como un hombre de paz. Llegamos a un acuerdo: Se levanta mi hipoteca, y quedamos libres de toda culpa. Nosotros dejamos nuestra lucha previa conferencia de paz internacional, comunicados varios y otros disimulos.
Durante el conflicto ha habido bajas en los dos bandos. El MLH ha sufrido lo indecible. Nuestros militantes no han podido hacer vida normal, ni comprar en Mercadona, ni visitar Ikea. Ni siquiera podían ir al cine por la tarde, tenían que hacerlo los sábados por la mañana para no ser descubiertos.
Hemos logrado, en aras de la reconciliación, equiparar a las víctimas de ambos bandos. Todos tenemos derecho a indemnizaciones y ayudas. Todo por la Paz.

Los familiares de los que asesinamos o mutilamos se convierten en un engorro, no entienden que hay que pasar página. Pero ya se van encargando de arrinconarlos los advenedizos y la masa tele dirigida, o mejor dicho, dirigida por la tele.
Y lo mejor de lo mejor de lo mejor, cualquier día me levanto y por mis cojones que la vuelvo a liar.
ADVERTENCIA:
.- Los personajes que aparecen en el relato son imaginarios (aunque el banco existe, o existía, yo existo, mis hijos también y Mercadona e Ikea y los políticos y los periodistas . . . etc.)
.- Cualquier parecido con la realidad es purita coincidencia.