Nada más lejos de la realidad que el supuesto antagonismo entre el pensamiento liberal y la ética cristiana. Y nadie más interesado en divulgarlo que los enemigos de la libertad y de la responsabilidad.
Del mismo modo que nada se opone entre la doctrina social de la Iglesia y los principios en que se basa el liberalismo político económico ya que, una y otros, anhelan, precisamente, la esperanza del mayor bienestar para los pueblos y la mayor dignidad para las personas.
No obstante, antes de continuar, es necesario advertir que el Magisterio de la Iglesia se vio obligado a tomar posiciones frente a la herejía modernista y las condenas de los Papas Gregorio XVI en "Mirari vos" y Pío IX en "Quanta cura", así como Pío X en "Pascendi", lo son contra los errores dogmáticos y morales del liberalismo filosófico, basado en una supuesta autonomía del hombre ante Dios y ante la ley moral objetiva. Y no contra el liberalismo económico.
Pablo VI en la Encíclica "Octogesima adveniens" lo dice con claridad: "en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, en el ejercicio de su libertad".

Y tampoco nada tiene que ver con el liberalismo político de Locke que, a finales del mismo siglo XVII, aparece como el precursor de la democracia liberal, la defensa de las libertades individuales y del Estado de Derecho; como tampoco tiene nada que ver con el liberalismo económico de Adam Smith quien, en su "Teoría de los sentimientos morales" y en "La riqueza de las naciones", buscando la causa de esta riqueza, elaboró la teoría del interés propio racional que supera la preocupación exclusiva por uno mismo y nada tiene que ver con los vicios del egoísmo, la avidez y la codicia.
Es por ello que los liberales católicos decimos que, la economía de libre mercado o capitalismo, como más guste, es el sistema de organización social que antes y mejor concurre al bien común sin contradecir ningún postulado de la doctrina católica. Y que, por tanto, se trata de una opción que, todo católico, en el ejercicio de su libertad puede elegir.
No se puede decir lo mismo del socialismo y del error atropológico que soporta. Juan Pablo II, en su Encíclica "Centesimus annus", dice: ". . . el socialismo considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien pueda ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión".